Viajando al Amazonas

Grande expectativa al trazar este, mi primer viaje al sur de Colombia, eso sí, sin esperar encontrarme de frente a un yaguareté (jaguar) o una kilométrica y extensa anaconda, pero sí de la ancestralidad, del conocimiento y el respeto por lo natural de su gente.

En la comunidad Yagua, Amazonas colombiana. Foto@JuanRafael

De Bogotá a Leticia en un A 320 tarda 1:30 minutos aproximadamente, y en el vuelo, sólo se observa verdor, vegetación toda igual y arriba, el limpio cielo que arropa a nuestro país. 

 En el Aeropuerto Alfredo Vásquez Cobo, siendo una terminal físicamente pequeña, da gusto ver descender de estos aviones, la cantidad de mercancía que surte a la capital del Amazonas, Leticia y todo su perímetro. 

A menos de 10 minutos, por una vía que no honra a esta población, está Leticia, con un ambiente húmedo, “pegajoso”, típico de estar a orillas de un majestuoso río, el homónimo y cantidad de caños que desembocan en él. 

El embarcadero, tampoco a la altura del comercio y movimiento que allí se da, es alegrado por una cantidad de puestos de ventas con pinceladas de coloridas frutas, verduras y el bullicio de sus habitantes, quienes se surten a orillas de uno de los tantos brazos del Río Amazonas. 

A un par de minutos de distancia, está el Parque Santander, homenajeando con honores históricos, a quienes defendieron el territorio nacional cuando ocurrió la insurrección peruana. Y a unas cuadras más, la frontera con Brasil y el Municipio de Tabatina como centralidad. 

Sin embargo, allí, en ese cosmopolita sector, el idioma español, las lenguas indígenas y el portugués, hacen del comercio, del diario vivir en esta parte del trapecio amazónico, un verdadero “hervidero” de culturas, eso sí, cargadas de respeto, de aprecio y de mucha unión entre quienes viven o son pasajeros por estas vías. De hecho, mucha parte de la población ostenta tres nacionalidades: colombiana, peruana y brasileña. 

 Pero el motor de conexión y de desarrollo para el Amazonas son sus aguas. El navegar por el río, observar los palafitos a sus orillas, la cantidad de embarcaciones de todo tipo de calado, son el verdadero conector socio-cultural de estas comunidades.

El Río Amazonas desde el lado colombiano, al fondo, Perú. Foto@JuanRafael

Sin lugar a dudas el turismo ostenta allí, un lugar prominente por los ingresos que genera. Los recorridos en embarcaciones nacionales e internacionales de hasta 200 pasajeros por trayecto, da a entender la magnitud de los asiduos visitantes que, previa reserva, son atendidos a 30 o 40 kilómetros río arriba. Estar inmersos en la selva amazónica a mano derecha de Colombia, a mano izquierda de Perú y más allá, repito, un brazo del río con Brasil, da a entender cuando se navega en zonas fluviales limítrofes, que, crecido el río, toda esa línea se pierde.

Lo inmenso del Río Amazonas, la riqueza en sus corrientes con bagres, delfines grises y rosados, pirarucu, la riqueza forestal del pulmón del mundo, sus atardeceres, nos hace ver pequeños al lado de tanta majestuosidad. 

Ante tanta grandeza, de seguro toca regresar, pues en cinco días sólo se está para apreciar esa ruta fluvial, visitar un par de comunidades indígenas, ver algunas especies de aves, pero queda todo el potencial del gigante Amazonas que, con 6.400 kilómetros de longitud, nos deja esos 120 kilómetros que surcan a nuestro país.

Puerto Alegría, Reserva Irapay en Perú. Foto@JuanRafael

El antojo es para que se pasee por lo grande en la creación de Dios, reconozca otros valores culturales nacionales y viva la aventura de estar en tres fronteras, tres culturas y un solo río. 

Por Juan Rafael Gómez Arbeláez – juanrafagol@gmail.com

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